“2 de octubre no se olvida”: quiénes estuvieron involucrados en la matanza de 1968
Gustavo Díaz Ordaz, Marcelino García Barragán, Luis Gutiérrez Oropeza, fueron señalados. Luis Echeverría, que posteriormente se convirtió en presidente de México, vive bajo la sombra de la masacre.
No hay duda
de que la masacre estudiantil de Tlatelolco se urdió desde los sótanos de la
esfera política, pero tuvieron que pasar más de 50 años para encontrar otros
culpables con igual o mayor responsabilidad que Gustavo Díaz Ordaz, Marcelino
García Barragán y Luis Gutiérrez Oropeza.
Aquella
trágica tarde del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, se
convirtió en pieza clave de la historia moderna. Allí llegó el ejército, la
policía y un grupo paramilitar conocido como el Batallón Olimpia. A las 6.10 de
la tarde, luces de bengala verdes y rojas inflamaron el cielo y comenzaron los
disparos contra los estudiantes, cercados por los militares. Durante media hora
sonaron las armas. Nadie sabe con precisión cuántos jóvenes murieron aquella
noche en Tlatelolco.
El gobierno
de México dio a conocer una cifra oficial de 26 muertos, 1.043 detenidos y 100
heridos. En su libro Posdata, el escritor mexicano Octavio Paz citó al diario
inglés The Guardian que estimó 325 muertos, mientras que documentos
desclasificados del gobierno de Estados Unidos cifran en un máximo de 200 el
número de personas que perecieron en la matanza, que tuvo lugar 10 días antes
de la inauguración de los Juegos Olímpicos de México 68.
Varios fueron
los personajes -políticos, militares e intelectuales- que tuvieron
responsabilidad en ese crudo episodio de la historia de México.
El filósofo
Emilio Uranga fue uno de ellos, pues se le señaló de urdir el principio y el
fin de la represión al movimiento estudiantil para impulsar el ascenso a la
presidencia de su aliado, el entonces secretario de gobernación y próximo
presidente, Luis Echeverría.
En el libro
La conspiración del 68. Los intelectuales y el poder: así se fraguó la matanza,
el escritor Jacinto Rodríguez Munguía explica cómo y por qué el movimiento
estudiantil terminó en una masacre. El comienzo no fue casual ni el desenlace
imprevisto: fueron parte de un plan en el que coincidieron los intereses de
Echeverría, del filósofo Uranga y del comandante Jesús Castañeda Gutiérrez,
miembro del Estado Mayor Presidencial.
Uranga fue el
encargado de la propaganda que se distribuyó con bastante difusión entre la
población, a través de la divulgación de artículos periodísticos e información
subversiva que legitimaba los actos represivos.
Un día antes
del pleito entre escuelas que desembocó en el movimiento estudiantil, se
comenzó a publicar en el periódico La Prensa la columna “El Granero Político”,
firmada con el pseudónimo bíblico “El Sembrador”.
En aquel entonces La Prensa ya era un diario de gran popularidad en México: en 1968 vendía 185.000 ejemplares y cada uno era leído por al menos cuatro personas.
Sin embargo,
de acuerdo con un análisis de estilo elaborado en la Universidad de Texas, y
con personas cercanas a Echeverría y al filósofo, Emilio Uranga era el famoso
“Sembrador”.
La columna
consistía en ensayos breves escritos a partir de datos que provenían de
aparatos de espionaje, como la Dirección Federal de Seguridad y los archivos de
la Secretaría de Gobernación. En manos de Uranga, esta información se convertía
en un arma de propaganda política.
Emilio Uranga
fue uno de los filósofos mexicanos más laureados del siglo XX. Conoció y trató
a personajes como Albert Camus, Eugen Fink, Martin Heidegger, Georg Lukács,
Maurice Merleau-Ponty y Jean-Paul Sartre.
A principios
de la década de los cincuenta viajó por Europa, pero a su regreso a México se
sumó a la élite de asesores del gobierno en turno, el de Adolfo López Mateos
(1958-1964), aunque también mantuvo cercanía con su sucesor, Gustavo Díaz Ordaz
(1964-1970) y con Echeverría.
“Por la acción
de la propaganda política podemos concebir un mundo dominado por una Tiranía
Invisible que adopta la forma de un gobierno democrático. Bajo esta condición,
una democracia como la mexicana puede obtener niveles de control popular
equivalentes a los que lograría, por la violencia y el terror, una dictadura”,
escribió en uno de sus ensayos.
Uranga mismo
creía que “lo que debe buscar el intelectual en el político es el instrumento
que ponga en práctica sus ideas”. Y Echeverría encontró en el filósofo a un ideólogo
discreto y efectivo.
Pero no fue
el único que estuvo ahí el 2 de octubre. El filósofo coincidió en la plaza con
el comandante Jesús Castañeda Gutiérrez, dos años después nombrado jefe del EMP
por Echeverría.
En Parte de
guerra, Julio Scherer y Carlos Monsiváis revelaron que Luis Gutiérrez Oropeza,
jefe del EMP de Díaz Ordaz, había apostado al menos a diez francotiradores en
los edificios de la plaza y que habían disparado contra la población, pero no
lograron demostrar la presencia de su subalterno Castañeda Gutiérrez, quien
estuvo en Tlatelolco comandando una unidad de doscientos guardias
presidenciales del EMP.
En diciembre
de 1970, con Echeverría en la presidencia, Castañeda Gutiérrez pasó de
comandante a jefe del EMP.
En marzo de
1976, la Dirección de Pensiones Militares había tramitado el retiro de 354
generales y la estructura de mando del ejército quedaría bajo control de
elementos del EMP. Esa maniobra fue parte del pago por su papel el 2 de
octubre.
Aunque durante el sexenio de Echeverría México fue un refugio para los exiliados sudamericanos que huían de las dictaduras militares, en el país desaparecieron más de quinientas personas según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
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